sábado, 11 de mayo de 2013

Capitulo III


Los sacerdotes intentaban aplacarla y que prescindiese de ese rencor tan pronunciado y que acaso con su moderación podría todavía mover el corazón generoso y compasivo del señor virrey Sámano. La Pola sonriéndose irónicamente:

–“¡Generoso y compasivo!, no prevariquen ustedes; nunca puede caber generosidad en los pechos de nuestros opresores; ellos no se aplacarán ni con la sangre de sus víctimas; sus exigencias son todavía más exageradas, y su rencor no tiene límites. Ustedes, que sobreviven, serán testigos de las rencillas que entre ellos mismos van a ocasionarse como en los imperios de Méjico y los incas, por disputarse la presa y ostentar la primacía de crueldad que los distingue. ¡Generoso Sámano y compasivo! ¡Qué horror! ¿Pero ustedes conciben que yo desearía conservar mi vida a cambio de implorarla clemencia de mis verdugos?, no señores, no pretenderé nunca semejante cosa, ni deseo tampoco que se me perdone, porque el cautiverio es todavía más cruel que la misma muerte…”

Por allí pasaba el teniente coronel José María Herrera, americano, jefe de Estado Mayor de la tercera división y al oír las palabras de Policarpa, le dijo a modo de burla:

–Hoy es tigre, mañana será cordero.

A lo que lanzándose la Pola sobre él, en términos que fue preciso que el centinela la contuviese, le dijo enfurecida:

–“Vosotros, viles miserables, medís mi alma por las vuestras; vosotros sois los tigres y en breve seréis corderos; hoy os complacéis con los sufrimientos de vuestras inertes víctimas, y en breve, cuando suene la resurrección de la Patria, os arrastrareis hasta el barro, como los tenéis de costumbre. ¡Tigres, saciaos, si esto es posible, con la sangre mía y de tantos incautos americanos que se han confiado en vuestras promesas! ¡Monstruos del género humano! encended ahora mismo las hogueras de la detestable inquisición; preparad la cama del tormento, y ensayad conmigo si soy capaz de dirigiros una sola mirada de humildad. Honor me haréis, miserables, en poner a mayor prueba mi sufrimiento y mi resolución. ¡Americanos! ¡Herrera! ¡Instrumento ciego y degradado! Que los españoles me injurien, no lo extraño, porque ellos jamás se condolieron ni de la edad, ni del sexo, ni de la virtud; pero que un americano se atreva a denostarnos, apenas es creíble, Quitaos de mi presencia, miserables, y preparaos a festejar la muerte de las víctimas que vais a inmolar; mientras os llega vuestro turno, que no tardará mucho tiempo; sabed que no llevo a la tumba otro pesar que el de no ser testigo de vuestra destrucción, y del eterno restablecimiento de las banderas de la independencia en esta tierra que profanáis con vuestras plantas…”

En medio de este discurso, un oficial llamado Salcedo, dijo a los otros:

–“Una mordaza debe ponérsele a esta infiel, sacrílega, blasfema”;

Y Delgado, le contestó:

–“Una jaula perpetua debiera ser su abrigo si no estuviera condenada a muerte porque no hay duda que ha perdido el juicio y es una loca furiosa”.


Herrera, al retirarse insistió en su locura y como digo quizás con el objeto, los soldados le atribuyesen esa energía de la heroína a la falta de juicio y no a su patriotismo:

–“No hay duda que está loca, loca pérdida” y lo repetía constantemente.

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