(Jóse Hilario Lopéz)
De todos estos acontecimientos fui testigo, ya que también fui participe del ejército revolucionario…
”El hecho es que a mí no se me comprendió entre los conspiradores, y hasta hoy admiro de no haber sido denunciado, pues era de los que con más calor y empeño se habían comprometido con los Almeydas, lo que sabían muy bien muchos de los que estaban en juicio y habían tenido la debilidad de hacer denuncia de los demás cómplices.”
Cuando la Pola es detenida, yo me encontraba trabajando en la cárcel como vigilante de los presos; tenía 18 años para aquel entonces, todo lo que ocurrió respecto a ella lo escribí en mis diarios contándolo todo, así como lo viví, hasta el último día que ella estuvo con vida.
A pesar de encontrarse en prisión ella siempre tuvo sus ideales muy presentes y nunca desfalleció, aun sabiendo que culpando a sus compañeros podría lograr su libertad, al contrario se comportaba más fiera ante los españoles.
Entre los prisioneros se encontraba Alejandro Sabaraín, Francisco Arellano, José María Arcos, Jacobo Marufú, Manuel Díaz, José Manuel Díaz, Joaquín Suárez, Antonio Galeano y Policarpa Salavarrieta, al ser prisioneros con pena de muerte, llevaron sacerdotes para realizar los testamentos, de lo poco que pude saber sobre el testamento de Sabaraín, decía afirmar ser oriundo de Honda, y que tenía pequeñas deudas entre ellas incluida la de un zapatero. Su caligrafía era impecable a pesar que estaría pronto por morir, no hizo mención alguna de María Ignacia su novia. Mientras tanto ella cuidaba y velaba por su bienestar, escribía mensajes esperando que Alejo los leyera. El día de su fusilamiento a ella le dio una parálisis de cuerpo entero que la llevo a la muerte días después.
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La Pola recluída en el calabozo |
-“Que al fin la suerte había querido que muriese después del milagroso escape de Popayán, pero que no me envidiaba, pues él se iba a librar de los tiranos mientras que yo quedaba sufriendo sus rigores y presenciando los sacrificios de sus víctimas; que si por una ocasión extraordinaria yo sobrevivía hasta la restauración de la libertad, me encargara que le vengase como patriota, como amigo y como compañero…”
Realmente me dolió de tal manera su discurso que no pude contener las lagrimas, puesto que él había sido compañero de guerra y de celda; llegamos a ser buenos compañeros, así que, me fui a la capilla para no seguir escuchando su conversación; pero, en ese momento el teniente Manuel Pérez Delgado, que comandaba la compañía, entró en la capilla, se quedó sorprendido al verme llorar, así que me pregunta que estaba ocurriendo, a lo cual le respondí con franqueza:
– Usted no ignora, mi teniente que he sido compañero de capilla en otra ocasión del señor Sabaraín, y por consiguiente no debe extrañar que esos recuerdos me hayan producido sensaciones y lágrimas que usted observa; hágame usted el favor de hacerme relevar de este puesto.
El teniente Delgado oyó mi súplica y tuvo la indecible bondad de hacerme relevar inmediatamente. Con este rasgo y otro que referiré luego, probó que tenía un corazón americano, pues era hijo de la isla de Cuba. Relevado que fui, se me conducía a colocarme en un Angulo del claustro, y al pasar por la capilla donde estaba la Pola, esta que me observo lloroso por más que procuré no ser visto por ella, me dijo:
–“No llore usted, Lopecito, por nuestra suerte, nosotros vamos a recibir un alivio librándonos de los tiranos, de estas fieras, de estos monstruos…” y otras cosas que no alcancé a oír.
El cabo que me conducía exclamó con sospechas:
–“¡Hola! Con que la mujer lo conoce. ¡Y qué brava está! ¡Qué guapa es!”.
Yo repuse simplemente:
–“No es extraño que yo la conozca, pues ella es muy conocida en esta ciudad, pero hacía muchísimo que no la veía”.
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